viernes, 19 de febrero de 2010

Pacem in Terris


(Desde Santiago de Chile). Desde tiempos inmemoriales la sociedad, en sus distintos estadios evolutivos, ha exteriorizado a través de la guerra sus lastres de insania y barbarie. En la época de los grandes imperios de la antigüedad, que han merecido páginas ejemplares de un verdadero ejército de historiadores, ensayistas y novelistas, el fuego y el pretorianismo han sido empleados para alcanzar hegemonías planificadas y particulares, mediante el dominio y la opresión de pueblos escuálidamente defendidos, sino simplemente inocentes. De los antiguos estrategas y tratadistas las fuerzas militares de todo el orbe han heredado un sinnúmero de obras y postulados para la guerra: la forma de guerrear de Julio César, las lecciones de Sun-Tzu y las tácticas napoleónicas. ¿Cuántos tratados del mismo tenor conocemos relativos a cómo hacer la paz?.

Las sagradas escrituras, las memorables aventuras del Quijote, qué difícil, hasta Ghandi, Luther King o la carta de la Liga de las Naciones, antecesora de las Naciones Unidas, y un sinnúmero de organismos regionales como la Organización de Estados Americanos. ¿Y en oriente medio y lejano?, ciertamente sus propios intentos. Sin duda que la paz, un valor esencial para la convivencia y desarrollo de la nación terrestre, parece ser menos inspiradora, en la línea de nuestro análisis, que la latencia del espíritu belicoso, por sí mismo o en respuesta a una agresión.

La convivencia pacífica, es decir, la cooperación voluntaria y manifiesta por el bien común mediante el diálogo y la inteligencia, ha logrado frutos, que a pesar de su trascendencia, han sido menos cubiertos por las prensas del mundo. La sociedad humana en los últimos quinientos años ha enfrentado una genuina revolución, en términos de constructos positivos para la humanidad, sin embargo, parece ser que la memoria retiene con mayor profundidad las batallas y las guerras, pues, incluso la historia, concibe como hitos estos acontecimientos, consignándose en desarrollo menor las grandes obras de avance y progreso de la sociedad.

Marconi y la telegrafía sin hilos, consecuentemente el prodigioso avance de la radiotelefonía; un escocés desconocido (tarea para la casa) a quien le cupo un rol preponderante en la creación de la televisión; Pablo Ehrlich y su compuesto 606, la primera cura para frenar el flagelo causado por la espiroqueta pálida; la “Juanasa”, una enzima informada por un equipo de científicos chilenos, que permitiría ahorrar millones de dólares a las familias...en el simple lavado de ropa; Leeuwenhoek, el eterno buscador del microcosmos, con miles de lentes pulidas con sus propias manos; todos, sin excepción, forjadores y genios que, desconocidos por la mayoría, han reunido esfuerzos para la construcción de un orden mundial pacífico, estable y esperanzado en un mañana positivamente mejor que el presente. Es indignante e insólito observar que los grandes constructores, contrario sensu con los “grandes militares”, nacen, viven, mueren y trascienden, sólo entre un puñado de personas sobre la faz del planeta.

Sólo la paz, verdadera, por dentro y por fuera, no desbordada del papel en que se escribe, ni sobrepasada, más allá del recinto en que se firman los tratados, debe ser el objetivo número uno de todos los programas de gobierno del mundo. La paz que triunfa sobre el abuso y el sometimiento a millones de seres humanos, en la mayor parte de la superficie terrestre, ha de ser la enseña que se eleve hasta el cenit.

Todos somos responsables de construir este mañana. Cada uno con la conciencia madura y con la libertad, la igualdad y la justicia como herramientas debe hacer su tarea. Desde los débiles a los poderosos, desde el africano al europeo, de oriente a accidente, de norte a sur, y en todos los puntos de la tierra, desde el sabio al analfabeto, todos estamos obligados, por el bien universal, a cumplir con nuestra parte del trabajo. Debemos ser vigorosos para plantar nuestros puntos de vista y nuestras opiniones. La civilización, en su carácter de tal, no debe ceder a los apetitos hegemónicos arbitrarios e ilegítimos, vengan de donde vengan. Los mayores esfuerzos tienen que concentrarse en la construcción de un mundo basado en la sinergia de los aportes de cada uno de nosotros.

La entropía, o tendencia natural al caos, presente en todos los sistemas, es el instrumento perfecto para los adversarios de la paz. Sembrar la confusión, la animosidad, incentivar belicosidades y enemistar a los amigos, son su caldo de cultivo. Abusar sin tregua de las carencias de los menos afortunados, iletrados, pobres, excluidos y marginados, ofreciéndoles premios inalcanzables, recompensas falaces o beneficios inexistentes, son vías arteras por las que se deslizan los opositores a la paz y la equidad.

Ninguna vida vale lo que cuesta una bala, un obús o un misil lacerante, sin importar la bandera o región del globo que tenga grabados en su envoltorio. Asimismo, ninguna dictadura, feudo o colonialismo es más fuerte que la humanidad reunida, en torno a la maravilla de vivir pacíficamente, sin amenazas, con el sueño tranquilo y las esperanzas convirtiéndose en realidad a raudales.

Los jóvenes serán mañana lo que les entreguemos hoy como legado, esta herencia puede ser la virtud o una bomba con espoleta de retardo que estallará en sus rostros, los rostros de nuestros hijos. No nos llevemos a la tumba la carga eterna de haber tenido la oportunidad y no haberla aprovechado. No nos sentemos, en nuestra vejez, en el pórtico a contemplar como pasan delante de nosotros las caras torvas, alucinadas y pretorianas de los hombres que pudimos, alguna vez, convertir en constructores en lugar de imbéciles obnubilados por la sangre y las esquirlas.

La esperanza de un mundo en que el virtuoso y el hombre de bien gobiernen, en lugar de algunos dirigentes de dudosa calidad moral e intelectual, es el mayor acicate que nos guiará al objetivo deseado. La paz global, la verdadera pacem in terris, aquella que perdure, que dé alegría, que prolongue el progreso y genere la felicidad de los que vienen, se construye hoy, nada más que hoy, nunca mañana.

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