jueves, 8 de abril de 2010

Las antípodas y los desafíos post-crisis


(Desde Santiago de Chile). La crisis global que, en variadas manifestaciones, afecta a millones de ciudadanos de Occidente, tendrá que terminar en algún instante dando inicio a un nuevo ciclo de recomposición. Este es el sinusoidal derrotero de los fenómenos económicos de la organización humana.
Más allá de las colosales masas de recursos inyectados para “recuperar la economía”, viven y conviven millones de seres humanos, no sólo en torno al epicentro del fenómeno, sino que en cada punto de impacto en todo el planeta. Los países del G-20 ocupan las principales portadas y editoriales mostrando los “efectos” de la crisis en sus naciones: desempleo creciente, caída de gigantes empresariales, inestabilidad general y más personas acercándose a la línea de pobreza. Las imágenes de los gigantescos edificios corporativos y de las interminables plantas de ensamblaje impresionan, claro que sí. Las expresiones deprimidas de los trabajadores esperando un puesto de trabajo no dejan indiferente ningún corazón.
Todavía en Occidente, los países de América Latina experimentan crecientes oleadas de parados, aumento de la criminalidad en el norte de América del Sur y el Caribe, y más personas ingresando a las filas de los segmentos más menesterosos. Sin embargo, en este cuadro cotidiano aún no nos planteamos expresamente qué lecciones de la crisis permitirán trabajar mejor por la Humanidad. Ahí está el punto central: La Humanidad no es sólo Occidente, más aún cuando éste gatilla una tormenta mundial y afecta a estados pequeños y desprevenidos. Son muchos los países y comunidades, que parecen haber sido olvidados por Dios y por la Humanidad, sobreviviendo en endémicas y constantes crisis y peligros que rebasan por lejos el “catarro” que afecta las vías respiratorias occidentales.
Por estos días muchos de los “afectados” por el tirón recesivo deciden subir a sus jets privados y buscar descanso e inspiración en las costas mediterráneas. Pueden aterrizar en Mónaco, en la Costa Azul, un país de algo más de treinta mil habitantes, con el lujo concentrado en sus dos kilómetros cuadrados de superficie, el segundo estado más pequeño del planeta con un ingreso per cápita de veintisiete mil dólares. También pueden arribar a Liechtenstein, pequeño vecino de Suiza con producto per cápita de casi treinta y cinco mil dólares, ofrece hermosas vistas montañesas. En estos parajes se busca recuperar energías para buscar las soluciones que la crisis exige.
En las antípodas, aunque siempre navegando en el mismo planeta, se encuentra el Cuerno de África. Situado en el extremo centro oriental del continente, en el punto de encuentro del Mar Rojo con el Océano Índico al sur del Golfo de Adén. Es uno de los territorios más pobres y adversos de la Tierra, el hambre y la muerte son elementos cotidianos en las vidas de sus habitantes. La zona está integrada por Somalia, Eritrea, Yibuti, Etiopía y la isla de Socotra, todos, a lo más, aspirantes a estados fallidos. En una superficie árida y reseca de más de dos millones de kilómetros cuadrados habitan más de ochenta millones de personas al borde de la inanición, las guerras tribales y la amenaza constante de los señores de la guerra.
La zona del cuerno es un hervidero de contrabandistas y caudillos de muerte. Los países están divididos en tribus y clanes que intentan gobernar según sus propias reglas. Los líderes de estos estados viven en permanente riesgo y a cubierto sólo por grandes despliegues de seguridad y protección. La frecuencia de cambio de sus presidentes o primeros ministros supera por lejos los estándares de estabilidad gubernamental. En la década 1982-1992 dos coma cinco millones de personas murieron producto del hambre y las guerras.
La incomprensión occidental del carácter y la idiosincrasia de estos países ha traído trágicas consecuencias, por cierto para los habitantes que no han constatado beneficios claros en sus vidas por la intervención extranjera, sino también para los visitantes. El más recordado es el incidente del Black Hawk, abatido en Octubre de 1993 en Mogadiscio, con el despliegue de miles de guerrilleros y milicias somalíes armadas con heterogéneos arsenales. El episodio resultó en una veintena de soldados norteamericanos muertos y dos helicópteros en tierra, más la vergüenza estadounidense de ver a sus combatientes arrastrados como animales por las calles de la ciudad. En el Cuerno de África, la muerte ronda a diario, al igual que el hambre, la violencia, la ingobernabilidad y la despreocupación manifiesta del resto del mundo.
Debemos reflexionar profundamente sobre los efectos globales de nuestras decisiones. La solidaridad debe ser un valor integrador y una de las estrellas que guíe nuestro rumbo. La estabilidad y la pacificación de Occidente también dependen de que la comida y la paz lleguen a otros países del globo. Es sólo cuestión de tiempo que los odios y rencores anidados en muchos continentes hacia Occidente se transformen en nuevos dolores de cabeza. Sólo la verdadera integración humana global puede permitir sumar sinergizada y virtuosamente el uso y distribución de los recursos naturales, los alimentos, la educación y la concordia. Es probable que debamos releer y reflexionar las palabras de Protágoras “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”.JM